Un jubilado británico de 72 años fallecido en un incendio en una tienda de globos de agua, fue enterrado junto a su móvil en cumplimiento de su último deseo, que era que le llamasen sus amigos una vez que estuviese dentro del féretro para comprobar que, efectivamente, estuviese muerto.
G. Bell dejó constancia expresa en su testamento ológrafo que su servicio fúnebre sólo podría celebrarse si no respondía a la llamada, pues sólo así se demostraría que no estaba gastándoles una broma.
Cientos de personas asistieron al funeral del pobre diablo, en la localidad inglesa de Bradwell. P. Bell, hermana del fallecido y encargada de dirigir la ceremonia, no religiosa, explicó a los congregados que uno de los amigos del difunto le había preguntado una vez qué debían hacer con él cuando muriese.
A lo cual G. respondió: "Podéis poner mi teléfono móvil en el féretro y llamar a ese número y entonces yo me levantaré y diré "hola" y todo habrá sido una broma".
Un miembro de la congregación llamó entonces al número del difunto, que sonó dentro del féretro, pero sin obtener respuesta, por lo que se decidió continuar con la ceremonia.
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