¿QUIÉN ES ESTE DIABLO?

martes, julio 18, 2006

“CON PLUMAS EN EL COCO”


Don Al.Zehimer, un octogenario con más horas de vuelo que los calzoncillos del Dr. Spoke, galopaba a la mayor velocidad que le permitían sus injertos de prótesis de cadera de pollo, de camino a la oficina bancaria de la esquina.

Eran las 13:55 horas del día 31, y debía efectuar el ingreso correspondiente a la amortización de la hipoteca sobre su andadora a cuerda, o de lo contrario el banco la sacaría a subasta y, sin lugar a dudas se vería privado de su congratulatoria compañía.

Tras un largo recorrido desde el geriátrico de la acera de enfrente, por fin había llegado a su destino. Frente a la oficina bancaria empujaba hacia adentro el portalón de acceso a la misma, mientras observaba a través de las cristaleras antibalas como los ocupantes de aquel maquiavélico recinto observaban constantemente el reloj de la pared que indicaba las 13:58, a la vez que se disponían a desconectar las máquinas y cerrar, definitivamente, la caja registradora hasta el siguiente lunes.

Una y otra vez empujaba Don Al.Zehimer el dichoso portalón, pero éste permanecía inmóvil, haciendo caso omiso a los impulsos provenientes de aquellos enclenques, otrora vigorosos y esculturales, brazos.

Siete pisos más arriba de la entrada a la oficina bancaria, en la casa de los Rubiales, unos operarios de “Mudanzas Martín, desde un elefante hasta un calcetín”, sacaban diferente mobiliario doméstico por la ventana del comedor, con la ayuda de una grúa de gran tonelaje. Desde las alturas, uno de los operarios, al contemplar la lucha encarnizada que allí abajo mantenía Don Al con el portalón con cierre de seguridad, emitió un sonoro grito: ¡¡¡¡PARA FUERA, CARAJO!!!!!, ¡¡¡¡¡ABRE PARA FUERA!!!!!.

Nuestro longevo amigo, al oír tales berridos dio, educadamente, las gracias, mientras dirigía su visión a las alturas desde donde provino aquella angelical voz.

La desconcentración del operario en sus labores de descarga provocó que uno de los cojines de 27 kilos de plumas de avestruz calvo del tresillo de los Rubiales, se le escurriese de las manos, cayendo al vacío desde aquella considerable altura.

Por una de esas casualidades que nos tiene reservada la vida el cojín volante detuvo su trayectoria descendente sobre la maltrecha anatomía de Don Al.Zehimer, desparramando todo su plumífero contenido sobre su cráneo.

El anciano, aún aturdido por el impacto sufrido, consiguió abrir el portalón tirando de él hacia fuera, y confundido por el sorpresivo golpe, entró en el establecimiento gritando a los cuatro vientos:¡TODO EL MUNDO AL SUELO, ESTO ES UN ATRACO!, a la vez que escupía del interior de su garganta diversas plumas de pollo al chilindrón.

Los presentes, que ya tenían todos los bártulos preparados para emigrar hasta nueva orden, se lanzaron al suelo, mientras que el director de la oficina, que valientemente se había escondido debajo de la mesa de la secretaria, marcaba en el teléfono digital el 11888, mientras conseguía balbucear:¡POLICÍA!,¡POLICÍA!,¡SOCORRO!, !LA CAPONATA NOS ATRACA!.

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